lunes, 28 de abril de 2014

Y no queréis venir a mí para que tengáis vida Por Charles Haddon Spurgeon En La Capilla New Park Street, Southwark, Londres.


"Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." Juan 5:40


"Allí está la reina Cleopatra: con una corona sobre su cabeza, vestida con sus mantos reales, siendo velada en la sala mortuoria. ¡Pero qué escalofríos recorren tu cuerpo cuando pasas junto a ella! Aun en su muerte, se ve bella. ¡Pero cuán terrible es estar junto a un muerto, aun si se trata de una reina muerta, muy celebrada por su belleza majestuosa! Así también tú puedes tener una belleza gloriosa y ser atractivo, amable y simpático; te pones sobre tu cabeza la corona de la honestidad, y te vistes con los vestidos de la rectitud, pero a menos que Dios te haya dado vida ¡oh, hombre! a menos que el Espíritu haya obrado en tu alma, tú eres a los ojos de Dios tan desagradable, como ese frío cadáver es desagradable para ti.
Tú no elegirías vivir con un cadáver para que comparta tu mesa; tampoco a Dios le agrada tenerte ante sus ojos. Él está airado contigo cada día, pues tú estás en pecado: tú estás muerto. ¡Oh! Debes creer esto; deja que penetre en tu alma; aplícalo a ti, pues es muy cierto que estás muerto, tanto espiritualmente como legalmente."

Ahora debemos deciros las razones por las que el hombre no quiere venir a Cristo. La primera es que, por naturaleza, cree que no lo necesita. El hombre natural piensa que no tiene necesidad de Cristo, que su misma justicia es suficiente para cubrirle, que está bien vestido, que no está desnudo y que no necesita que la sangre de Jesús lo lave. No le hace falta. la gracia que lo purifique porque, ni está manchado, ni sus pecados son rojos como el carmesí. Ningún hombre conocerá su pobreza hasta que Dios se la muestre; y nunca buscará el perdón hasta que el Espíritu Santo le haga ver la necesidad que tiene de él. Yo podría estar predicando' a Cristo por toda la eternidad; pero a menos que sintáis que lo necesitáis, nunca vendréis a él. La farmacia puede estar llena de las mejores medicinas; pero nadie las comprará si antes no se siente enfermo.

Otra razón es porque a los hombres no les gusta la forma en que Cristo salva. Uno dice: "No me agrada porque me hace santo y no podré emborracharme ni blasfemar si soy salvo". Otro comenta: ''Me exige que sea recto y puritano, y, yo quisiera un poco más de liberta" A otro no le gusta porque es humillante; la "puerta del cielo" no es lo suficientemente alta como para entrar erguido, y a él no le gusta tener que encorvarse. Esta es la principal razón de que no queráis venir a Cristo: porque no podáis acercaos a él con la cabeza orgullosamente alzada; porque os hace inclinaros al ir a él. A otro no le gusta tampoco porque todo es de gracia, desde el principio hasta el final, y dice: "Si yo pudiera tener aunque sólo fuera un poco de honor ..." Pero oye que todo ha de ser de Cristo, que todo ha de ser por Cristo, o que no será nada, y decide "No iré"; vuelve sobre sus pasos y se aleja por sus propios caminos. ¡Ay de vosotros, orgullosos pecadores que no queréis venir a Cristo. ¡Ay de vosotros!, ignorantes pecadores que no queréis venir, porque no sabéis nada de él. Y ésta es la tercera razón.

Los hombres desconocen la excelencia de Cristo, porque si la conocieran vendrían a él. ¡Por qué no fue ningún marino a América antes que Colón? Porque no creían que existiera. Pero Colón tuvo fe, y fue. Aquel que tiene fe en Cristo va a él. Pero vosotros no conocéis a Jesús. Muchos nunca habéis visto cuán bella es su faz, cuán aplicable su sangre para los pecadores, cuán maravillosa su expiación, cuán suficientes sus méritos; y por eso ''no queréis venir a él''.

¡Oh!, queridos oyentes, oíd mí último y solemne pensamiento. He predicado que no vendréis, y alguno dirá: "Es el pecado el que no nos deja ir". ASÍ ES. Pero no por eso vuestra voluntad deja de ser responsable y pecaminosa. Hay quienes creen que, cuando predicamos esta doctrina, ponemos 'colchones de plumas" a la conciencia para que descanse; pero no es así. No consideramos esta imposibilidad como parte de la naturaleza original del hombre, sino como parte de su ser caído. Es el pecado el que os lleva a esta condición de no querer venir. Si no hubieseis caído, os entregaríais a Cristo la primera vez que se os predicara; pero no venís a causa de vuestros delitos y pecados. La gente se excusa a sí misma amparándose en su corazón corrompido; pero ésta es la excusa más fútil del mundo. No se justifican los robos y pillajes por un corazón malo. Imaginaos un ladrón que dijera al juez: "No pude evitarlo; tengo un corazón perdido". ¿Qué le contestaría? "¡Eres un canalla" !" tu corazón es malo, más dura será mi sentencia; porque eres verdaderamente un villano. Tu excusa es necia". Así también, el Todopoderoso, de los que así hablen, "se reirá de ellos y pondrálos por escarnio". No predicamos esta doctrina para que os sirva de excusa sino para humillaros. El tener una naturaleza corrompida es mi delito y mi terrible calamidad. Es un pecado que siempre pesará sobre los hombres. No quieren venir a Cristo, porque el pecado los mantiene lejos. Me temo que el que no predique esto, no es fiel a Dios y a su conciencia. Marchad a casa con este pensamiento: "Soy por naturaleza tan perverso, que no quiero ir a Cristo, y esa impía perversidad de mi ser es mi pecado. Merezco ser arrojado al infierno". Y si este pensamiento, en manos del Espíritu Santo, no os humilla, nadie más podrá hacerlo. Esta mañana no hemos ensalzado a la naturaleza humana, sino que la hemos derribado y abatido. Dios nos humille a todos. Amén.
El Púlpito de la Capilla New Park Street
El Libre Albedrío: Un Esclavo
NO. 52
Sermón predicado el Domingo 2 de Diciembre de 1855
Por Charles Haddon Spurgeon
En La Capilla New Park Street, Southwark, Londres.
"Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." Juan 5:40 — conIglesia Bautista En Guadalajara y 42 personas más.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario